miércoles, 10 de diciembre de 2014

Vamos a dar un paseo y te lo cuento

- Soy Manuel, dile a Eva que se ponga, que tengo que hablar con ella de su coche.
- ¿Qué le ha pasado al coche? No sabía que Eva tuviera un coche.
- Pues sí y parece que ha habido un accidente. ¿Me la pasas, por favor? Que tengo que hablar con ella.

Eva cogió ofendida el teléfono que Pedro le tendía. Le molestaba mucho que lo cogiera sin su permiso. De hecho, le molestaba mucho que Pedro tocara sus cosas. Una vez lo pilló rebuscando en los cajones donde guardaba la ropa interior, las bragas, los sujetadores y las medias. Desde entonces no podía soportar que tocara sus cosas.

- ¿Sí?
- Eva, soy Manuel, lo siento, vas a tener que venir al depósito de la Guardia Urbana en cuánto puedas. Tu coche está aquí.
- ¿Qué? ¿Cómo que mi coche está ahí?
- Eva, no tengo tiempo de discutir, ¿puedes venir al depósito ahora? Es el de la ronda del Litoral, coge un taxi y ven para aquí. No le digas nada a Pedro.

Miró a Pedro de reojo. Este la contemplaba con una media sonrisa abierta hacia la derecha de su cara y que arrugaba la enorme cicatriz que tenía en la sien. Era una herida repulsiva, mal cerrada y con las puntadas de las costuras aún visibles.

Colgó. Pedro la seguía mirando con cara de bobo, con las cejas levantadas y los ojos muy abiertos.

- Me voy. Ha pasado algo con mi coche. Tengo que ir al depósito del Litoral a ver qué ha pasado.

Pedro no replicó y amplió el radio de su sonrisa. La cicatriz casi desapareció tras las comisuras de una boca que se estiraba feroz por la parte baja del rostro cara. Feroz y estúpida.

- Me cojo un taxi. No tardaré nada, supongo, aclaró Eva.

Pasó rozando el cuerpo de Pedro, que bloqueaba a medias el quicio de la puerta de la cocina. Se hizo con el bolso, las llaves, la cartera y el teléfono y salió de casa dando un portazo airado. Eva ya no podía soportar a ese imbécil ni un minuto más, odiaba su sonrisa de hiena, su asquerosa cicatriz, su aspecto de gorila de discoteca y su discurso de mierda.

Paró taxi conducido por un pakistaní que movía la cabeza al ritmo de la música folk que salía del aparato de radio. La tapicería del coche olía a rancio y dos enormes dados rosas colgaban del retrovisor.

- Al depósito de la Guardia Urbana del Litoral. ¿Sabe dónde es?, indicó Eva.

El taxista arrancó y en cinco minutos llegaron a la boca de entrada al depósito. Eva bajó rápido y buscó con la mirada a Manuel, a quién encontró apoyado en una valla. Se había cortado el pelo recientemente y lucía un abrigo nuevo, largo y a juego con unos elegantes zapatos de cuero que nunca le había visto antes. Claro que hacía casi dos años que no lo veía, desde el asunto aquel del prostíbulo de la calle Comerç.

Guapo, está muy guapo. Vaya estilazo que ha cogido estos años, pensó Eva antes de saludar.

- ¿Qué pasa, Manuel? Dime, ¿para qué me llamas?
- Eva, siento las formas. Quieren matar a Bermúdez. Vamos a dar un paseo y te lo cuento.


No hay comentarios: