lunes, 1 de diciembre de 2014

No abrir

- Si llaman a la puerta, no abras.

Te lo repitieron tantas veces que le cogiste miedo a la puerta. La mirabas con recelo cada vez que creías ver una sombre en la mirilla e, incluso, una vez estuviste segura de ahí había alguien.

Aquel día te sentaste en el suelo sin apenas respirar, que eso hace mucho ruido y tu no querías que nadie te oyera. Si eso pasaba, llamarían a la puerta y entonces tendrías que contenerte para abrir. Estuviste ahí un buen rato. Un par de horas quizás. Contaste hasta cien tres veces y reptaste hasta el final del pasillo, ahí donde estaba la última habitación.

Desde ese lugar acechaste la llamada sin dejar de mirar la puerta y esa luz intensa que cortaba las ranuras. Un cambio en la intensidad te aseguraría de que iban a llamar. Y si eso sucedía, jamás abrirías. Te lo habían repetido muchas veces: si llamaban, no había que abrir.

La luz del otro lado de la puerta desapareció con un zumbido seco. Te agazapaste más aún, ya casi vivías pegada a la esquina más alejada de la puerta. Seguías mirando a la puerta, pero ya no veías nada.


No hay comentarios: