viernes, 21 de noviembre de 2014

Mirad. ¡Un barco!

- Mirad. ¡Un barco!

Marta señaló un punto lejano que se esbozaba borroso en la línea lechosa y densa del horizonte que se veía desde la playa.

- Mirad. ¿Lo véis? Es un barco que se acerca.
- Marta, cariño, no vemos nada. Allí no hay nada. Y, cariño, deja a los mayores que hablen tranquilamente.
- Pero, hay un barco que se acerca. Lleva tres velas desplegadas: una latina en el palo de mesana y otras dos cuadradas en el mástil mayor y el trinquete. La manga es muy ancha, seguro que está construida con una quadernas enormes. Se nota que el forro está bien calatafateado y que la quilla es fina. El barco avanza rápido y con rumbo firme.
- Marta, nena, de verdad. Deja de molestar a los mayores que tienen derecho a estar tranquilos.
- Pero, hay un barco que se acerca. Palas Atenea ocupa el mascarón de proa, justo encima del ancla y en la popa el timón de rueda parece manejarse sólo. Tiene seis agarres pero nadie lo agarra. ¿No lo véis?
- ¡Marta, qué cría! O te callas o te castigamos sin salir esta tarde. Hay que ver qué niña más pesada. Qué incordio. Es la tercera vez que te decimos. Deja en paz a los mayores que están hablando de cosas importantes.
- Pues hay un barco que se acerca y ya casi toca la orilla. Ahora ya se ven los ojos de buey y los cabos de cáñamo y las jarcias y el rojo de la toga de Palas Atenea.
- Niña, de verdad. Te acabas de ganar un cástigo: esta tarde no sales y ahora vete a la orilla que aquí molestas. Ya te hemos dicho que no vemos nada y que no molestes. Qué pesada eres, niña.

Marta dejó de hablar y miró a los mayores que seguían parloteando sobre el calor, lo cara que estaba la vida y lo pesada que se habían puesto las abuelas por la mañana insistiendo en ir al mercado.

Se dió media vuelta. El barco se había detenido y fondeaba unos metros más allá de la boya.

Marta recogió sus rastrillos, sus cubos y sus moldes con los que había jugado antes de ver el barco. Los apartó a un lado, se ajustó el bañador y se metió en el mar sin salpicar. Apenas levantó una onda sorda en la superficie del agua.

A las dos y media los mayores decidieron que tenían hambre y que había que subir a comer. Llamaron a Marta. Nadie contestó.  

1 comentario:

La mesilla de noche dijo...

Bonita metáfora. A Marta le queda todavía mucho viaje mientras sus mayores ya hace tiempo que han llegado a Ítaca.