miércoles, 26 de noviembre de 2014

Conversación

Los truenos me han despertado hoy. Luego ha llegado un diluvio y luego un extraño silencio. Quietud total. Y ha salido el sol y he salido yo hacia la panadería.

Delante de mí dos señoras hacían cola. Una llevaba un traje de falda de dos piezas color verde botella, de esos que nunca venderían en Zara y en cambio son la estrella de las boutiques de barrio, unos zapatos con tacón de gato y un peinado muy cardado y a mechazos rubios, casi blancos. La otra lucía unas enormes gafas de montura dorada sobre el puente de su nariz que aseguraba con un pomposo cordón dorado. Esta segunda era robusta y apenas cabía en su abrigo de corte cruzado.

Parecían haberse encontrado por casualidad en la cola de a por el pan y hablaban sobre una tercera comadre llamada Carmeta.


- Se le murió el primero. Se le murió el segundo. Se le murió el tercero.
- Ay hija, qué mala suerte.


Suerte la mía de estar viva, he pensado. Qué desgracia la de esa señora, que ha perdido a sus tres hijos, me asombraba yo fascinada por el relato truculento de tan trágica vida.


- Pues sí.
- ¿Y ahora?
- Ahora Carmeta está con un sevillano de Sevilla y se lo está pasando pipa. Dice que es el mejor de todos y que de momento no se le muere.


He pagado lo mío. He salido del local. He caminado hacia casa. He meditado sobre que si llego a vieja quiero ser como Carmeta. Se le mueren los hombres pero ella, ahí. Sustituye al rey muerto por el rey puesto y que le quiten lo bailao.

Si alguién sabe cómo se hace eso o conoce a Carmeta, que me avise. Gracias.

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