jueves, 30 de octubre de 2014

Un mapa

Mira el mapa y piensa que no vocifera. No, no. Un mapa, piensa, no vocifera.

Luego recorre con las delicadas y, se atreve a pensar, preciesa líneas que lo dibujan y parecen elevar el contenido. Aquí, el Ebro. Aquí, los Alpes. Ah, esto es Roma, sin duda. ¿Y los Urales? Dónde están. Ajá. Encontrados. Eso es lejos, muy lejos, sin mar, sin ríos pero la forma... la forma... sí, sí. Mongolia, sin duda. Abajo la India, claro, ya veo los montes del Tíbet y además esa forma casi triangular no puede ser sino la India. Qué lejana, la India. Ahí, al lado, Birmania, Laos, Siam, el Reino Khmer y Funán. Y Champa. Sí, sí, ya veo. Y luego, el Pacífico, tan inmenso y tan vacío.

Reconoce el significado, que eleva a la categoría de deseo. Quiere ir, quiere pisar todos los lugares que el mapa representa, segura de que si tanto emocionan sobre una página más lo harán cuando vaya. ¿Y yo? ¿Dónde estoy en ese mapa? Se encuentra y entonces mengua bajo la masa densa y aplastante de la escala.


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Sentada
Hoy me he sentado frente de dos personas. Una ha entendido y la otra ha decidido. Yo me he convertido en una espectadora agradecida de que alguien entienda y decida por mí. Algo excepcional pero que ahora ayuda. Y se agradece. Gracias.


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Política
Me he prometido no hablar de. Pero sí. Sólo apuntar que hay una aplastante y muy soviética pancarta amarilla con aplastantes letras rojas que amenaza a los que paseamos por Paseo de Gràcia. Hay días en que la ocupación del espacio público de los nacionalistas se vuelve insoportable hasta la naúsea. Por totalitaria, por absurda y por irracional. Y por protoviolenta, también.



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